LA COSTA BRAVA, PARAÍSO CERCANO

Calas de fina arena, aguas cristalinas, pueblos de pescadores y una suculenta gastronomía son alguno de los encantos de la Costa Brava.

A lo largo de 200 kilómetros de litoral mediterráneo, se alza un mosaico de pequeñas poblaciones que hacen soñar a todo el que las visita.  Ni el mar, ni la luz, ni la vegetación, ni las gentes que la habitan tienen un denominador común en cada parte de la Costa Brava.

Es, sin duda, una de las costas de España más hermosas, que arranca en la frontera con Francia y se extiende hasta el pueblo de Blanes. Azotada en invierno por la tramontana –viento frío y seco que puede llegar a ser feroz–, sus habitantes están curtidos por el carácter salvaje de sus tierras. Desde Girona a Figueres en su interior, pasando por un sinfín de pequeños pueblos medievales o pesqueros, todos y cada uno de sus rincones merecen la pena de ser visitados. Estamos ante un paraje cuanto menos auténtico, señorial y lleno de sabor y belleza, donde se dan cita arte, historia, cultura, tradición, leyenda, naturaleza y ocio.

Refugio de artistas como Dalí o García Lorca. El gran pintor del surrealismo nunca dejó de mirar hacia su tierra natal y plasmó sus paisajes en un buen número de cuadros. También Picasso vivió allí una época muy fructífera y Federico García Lorca se convirtió en otro de sus huéspedes habituales. En el Empordà, la vida transcurre tranquila y sosegada, aunque en los meses de verano el ritmo se ve alterado por el bullicio y ajetreo de los turistas.

A pesar de que cada año se acercan miles de visitantes de todas partes del mundo para disfrutar in situ de la riqueza de sus tradiciones, el Empordà ha conseguido mantenerse a salvo de los estragos que algunas zonas costeras han sufrido en las últimas décadas. Por sus calles se respira un aire hippie-chic, que recuerda al Saint-Tropez de los años 70. Las buganvillas colgando de los balcones, las casas inmaculadas que se alzan por su paisaje montañoso, las playas de arena blanca con impresionantes acantilados, un mar de intenso color azul y los pocos hoteles que encontramos, hacen de la Costa Brava un paraíso en toda regla.

Nada es banal en este rincón de Cataluña. Su gastronomía no nos deja indiferentes, elaborada con una combinación perfecta entre sabores de mar y montaña y con los excelentes productos que se cultivan en sus huertos. Y tampoco podemos olvidarnos de la extensa oferta para la práctica de deportes. En definitiva, estás ante un viaje único que te permitirá descubrir la sensación de paz más cerca de lo que creías. ¿El mejor consejo? Relájate, ve a tu aire y no dejes un solo rincón sin descubrir. Pero cuidado, porque todo el que va, repite.

NO TE PIERDAS

Las rutas a pie: Existen diferentes alternativas en la zona, pero te recomendamos el paseo que va desde Port de la Selva al Cap de Creus. Durante el recorrido disfrutarás de unas increíbles vistas.

Las calas y playas: La Costa Brava está salpicada de infinidad de rincones idílicos donde tumbarse a disfrutar de sus paisajes. Las calas de Roses son espectaculares.

Los pueblos medievales: Merece la pena un paseo por estas villas que se conservan intactas. Pals, Peratallada, Torrent, Cruilles o Monells son algunos ejemplos.

El camino de ronda: Permite recorrer las calas más bellas utilizando los antiguos caminos desde donde divisaban las incursiones de los piratas u otros ataques.

La artesanía: Destacan las cerámicas de la localidad empordanesa de La Bisbal, que a diario recibe muchos visitantes por la zona comercial de la calle Aigüeta.

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